viernes, 15 de noviembre de 2013

Maraña 2.0



     —¿Ves? Ese con el kayak rojo, acá abajo, entre estos dos amarillos, ese soy yo —señaló Alberto con orgullo.
     —¿Cuál, tío? Es que hay varios rojos, todos juntos —respondió Pancho, perdiendo su lúcida mirada de niño en una maraña de colores, de cosas que parecían personas o personas que parecían cosas y que le recordaba tanto a esos turbios rompecabezas de 5.000 piezas en los que se perdía el abuelo.
     —Este de acá.
     —…
     — No, pará… este. Sí, este pegado al kayak gris. No… a ver…
     —…
     —Bueno, uno de estos dos soy yo. Creo que este.
     —Ah…
     —Estaba ahí, Panchito, flotando feliz en medio de una marea increíble de gente y colores, cuando la vi… y el mundo se cayó a pedazos.
     —¿A quién viste, tío?
     —A la mujer de mi vida.
     —…
     —En el instante que la vi lo supe, Panchito, no tuve la menor duda. Era la-mujer-de-mis-sueños.
     —¿Cómo sabés, tío, que era la mujer de tus sueños?
     —No sé cómo, pero lo sabía. Cuando crezcas me vas a entender. Nos miramos a los ojos y fue como si un cupido desquiciado me ensartara no una flecha —¡una tremenda lanza!— por la espalda. Ella estaba como a diez o quince kayaks de distancia, me clavaba la mirada y sonreía y yo no sabía cómo hacer para acercarme a ella. No sabés cómo intenté remar, Panchito, pero no se podía en ese infierno flotante. Yo estaba meta remar —meta intentar remar— y cada vez que alzaba la vista para verla, ella estaba más lejos. Y me miraba; me miraba con una sonrisa que no te puedo describir. Y yo ahí flotando como un tarado entre tantos tarados que se multiplicaban entre ella y yo. Entré a insultar, a meter remazos para todos lados, me peleé con dos o tres tipos que no abrían paso… estaba enloquecido, Panchito, enloquecido. Y cuando alcé la vista en busca de esos ojos de ángel, no la encontré. No estaba. Nunca más la vi. La perdí, Panchito, la perdí para siempre. Después de que terminó todo la busqué por horas, pero no estaba. Se la había tragado el mar, no sé…
     —…
     —Y no tenés idea las veces que la busqué en esta foto, qué se yo, para verla aunque sea así, de arriba. Pero es imposible, Pancho, es un laberinto, una maraña de botecitos de miércoles que confunden todo.
     —…
     —…
     —Tío.
     —Sí, Panchito.
     —Mamá tiene razón: necesitás una novia —pronunció antes de levantarse de la mesa para ir a jugar con las figuritas.


Foto: One Square Mile of Hope por Nancie Battaglia

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