miércoles, 15 de enero de 2014

Dulce amargura




     El mundo está loco, déjeme que le diga… loco, loco. Sin ir más lejos, esta mañana me habló el mate. ¿Qué le parece? Sí, sí, así como le digo: el mate me habló. Lo tenía preparadito sobre un repasador, frente a mí en la mesa, mientras miraba una noticia de Crónica sobre un senador que, en plena sesión de la cámara de senadores o qué sé yo lo vieron entrar a un motel con una mujer que no era la esposa, así nomás, a plena luz del día, como Pancho por su casa; imagínese cómo están las cosas que ya todo el mundo hace lo que se le da la gana sin el menor pudor… Pero bueno, estaba mirando las noticias tranquila cuando, entre mate y mate, escucho que alguien me habla. Era una voz de hombre. Y usted sabe que yo estoy sola y que no meto hombres en casa; imagínese, a mi edad. Sí, sí, era una voz, pero le digo que no había nadie. Miro para todos lados y nada. Y cuando me levanto para sacar las tostadas del tostador, escucho la voz de vuelta; clarito, ahí en la cocina. No se imagina el julepe que me pegué. «¿Pero quién habla?», pregunté agarrando un cuchillo embadurnado de jalea de membrillo. «Soy yo, el mate», me contesta la voz. Y miro y sí, la voz venía del mate y hasta me pareció que la boca de la bombilla se movía. «Che, Negrita, pasate el azúcar, dale», me dice el mate. Yo me quedé dura. «Dale, Negri, no le aflojés al azúcar, y calentate el agua que hace un frío de locos por acá», me volvió a decir. ¿Me lo puede creer? Así me dijo el mate. Me hablaba como si fuéramos chanchos amigos, me tuteaba, me decía “Negrita”, “Negri”… con lo que detesto que me digan “Negri”. Hasta me mandó que cambiara de canal y que le trajera el diario. Ya no hay respeto, no hay nada… ni el mate la respeta a una. El mundo está loco, le digo… loco, loco.