sábado, 5 de noviembre de 2011

Juicio final

 

            El comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral. Permaneció inmóvil frente a la entrada de la Capilla Sixtina, espada en mano, bajo la mirada perpleja de sus hombres. El negro rectángulo que se hundía en el muro era un abismo desde donde emanaban lamentos casi imperceptibles.
            Se acercó para ver. Por un instante sintió que se adentraba en una de las arrugas del tiempo: creyó descubrir la leve eternidad de las cosas.
            Percibió las vetas ancestrales de la puerta abierta frente a él, cada uno de los misterios del rosario como queriendo meterse en su pecho, el temor anidado en los ojos de sus soldados, el vértigo de aquella extraña oscuridad; el aleteo fantasmal de túnicas al viento.
Vislumbró figuras que allí adentro se desprendían del mural opuesto.
Se acercaban.
Se deslizaban sobre las sombras.
Cuando alcanzaron el umbral, el comandante ya las esperaba de rodillas. Jamás supo si eran demonios o ángeles.


lunes, 17 de octubre de 2011

Sueño

      
     Anoche soñé contigo. Sé que no te conozco, que no sé tu nombre, pero estabas ahí, como flotando en esa materia inasible de la que están hechos los sueños. Por  momentos tu rostro se fundía con la imagen de mi padre y con algún busto de Kafka que vi alguna vez en algún lugar, tal vez en otro sueño.
     Me pareció que antes de esfumarte para siempre o convertirte en un puñado de caracoles (no recuerdo) intentaste decirme algo con la mirada. Pero no importa. Todavía estoy aquí, acostado en medio de estas ruinas circulares que alguien —acaso tú— continúa recordando y soñando, como inmerso en una terca ceguera.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Ventana abierta



     Don Gaitán se llamaba. Si es que me acuerdo bien, así se llamaba: don Ernestino Gaitán. Un tipo duro, seco como tierra sedienta. El recuerdo de él me viene como un fantasma fuera de foco, distorsionado como en esas películas de antes. Sí, su recuerdo es como esos fantasmas de las películas antiguas, ficticios en su momento, pero reales con el paso del tiempo, cuando la muerte irrefutable termina por llevárselos a todos y lo que vemos turbiamente en la pantalla es un verdadero fantasma: la aparición ficticia de un espectro real, de una persona que de verdad nos mira desde el mundo de los muertos. Y ahí está, frente a nuestros ojos; la vemos moverse y hablar incansablemente en la pantalla, como atrapada en un mundo de tubos fluorescentes.
     Pero ya no sé ni de qué hablaba. Ah, sí... don Ernestino Gaitán. Sí, definitivamente ése era su nombre.
     Lo recuerdo en la cocina de su casa, envuelto en un olor a uvas rancias, a zapatos viejos, a tiempo estancado, a cenizas. Recuerdo una sonrisa con mucho de mueca en aquel rostro impreciso. Percibo ahora sus ojos gastados, lavados por el tiempo. Lo imagino ahí en la cocina, sentadito como una estatua egipcia, con las manos sobre las rodillas y la mirada atrapada en alguna parte de ningún lado. Y junto con su espectro también me llega el recuerdo de una ventana abierta, justo sobre su cabeza. Una ventana que cada tanto regresa para embrujarme, para invitarme a mirar lo que aquel día contemplé al acercarme. Por esa pequeña abertura en la pared de adobe vi cosas que no puedo escribir, cosas que no debo pronunciar; cosas que nadie, jamás, debe mencionar.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Entre flashes

 
    «Hacia la derecha, por favor, querida. No, no, hacia la derecha… este lado, querida… Ahora sí… muy bien.
     «Ahora con la mirada a lo lejos, como mirando más allá de este salón… Magnífico…»
     …y pensar que yo quería ser fotógrafo para National Geographic… recorrer el mundo, descubrir países lejanos… capturar los instantes y los seres como con una red… «Ahora girá un poco a la izquierda, por favor. No… a la izquierda… Ahí va… con más expresión, más expresión…» Pero, en cambio, estoy acá metido en este estudio de pacotilla con una pobre infeliz que ni sabe cuál es la derecha y cuál es la izquierda. «Muy bien, un poquito más para acá…» Si la viera mi vieja… Estoy seguro que le diría: Che, nena, tenés que comer algo, mi cielo; y a mí me diría con esa mueca entre seria y pícara que siempre se le dibujaba en la cara: Marcelo, mirá cómo está esta chica, por favor… parece cucha’e perro: puro hueso y trapo. Mi vieja… Le dije mil veces que las modelos son así, semidesnutridas, que a la gente le gusta así (pero, ¿a quién?, me pregunto yo).
     Pero bueno, el que no sigue los sueños tarde o temprano lo paga... sí que se paga... Y pensar que yo quería... «A ver... un poco más hacia la derecha. No... bueno... sí, querida, ésa es la derecha...»

martes, 27 de septiembre de 2011

Así nada más




     El comienzo de un blog tal vez debería ser algo excesivamente sorprendente; una especie de desborde brutal de inteligencia y originalidad que parte en dos la pantalla del monitor mientras tú —sí, tú que lees ahora mismo— te preguntas qué está pasando, cómo puede alguien escribir algo así, cómo no se me ocurrió a mí, cómo…
     Pero no. La pantalla no se rompe, no ves chispas desaforadas y aún te preguntas cuándo Tago Hladík llegará a aquella frase contundente, a aquellas palabras que lo justifiquen, a la esperada epifanía de signos y líneas en la pantalla.

     Mi blog sólo comienza. Así nada más. Simplemente sucede, como una mirada, una sonrisa, un golpe, un día de lluvia.