jueves, 7 de marzo de 2013

Distancia

Retrato de Audrey Hepburn por Craig Alan


     Me pregunto cómo se verá la humanidad a la distancia. No me refiero a la vista envasada y tan cotidiana de los satélites, sino a una visión ajena a los pixeles y a los metros de altura. ¿Qué veríamos a través de los ojos de Dios? ¿Qué imagen esbozaría el caótico discurrir de la humanidad?
     Acaso la vida tomaría la forma de un rostro de mujer. Una mujer que bien puede ser Audrey Hepburn, una estudiante en Venecia o la cajera de un supermercado en Seúl. O tal vez una de tus compañeras de segundo grado. O tu hija. Un semblante surcado por olas de vidas que van y vienen, de seres que trazan ambiguas líneas que, a la distancia, son el rostro que contempla Dios.
     Me pregunto qué imagen ve Él a la distancia.
     Presiento que, durante breves y gloriosos momentos, los trazos de la vida esbozan algo puro y hermoso. Imperfecto e inestable, pero hermoso. Un rostro de mujer.
     Pero entonces, demasiado a menudo, otra multitud entra en escena. Una caterva de seres difusos lentamente entretejen otra figura, la de un hombre, justo detrás de ella. Un hombre que se acerca sigilosamente a sus espaldas. Un hombre con la mirada fija en Audrey Hepburn… en tu hija.
     Ella no lo ve, no lo escucha. Simplemente mira a la distancia envuelta en un frágil manto de silencio.
     Él está muy cerca.
     Demasiado cerca.
     Entonces, en un instante feroz, la escena se tiñe de miedo. La mano del hombre cubre la boca de ella; la otra envuelve su cintura y la oprime contra su cuerpo. Ella se contorsiona, intenta liberarse desesperadamente. Manotazos, gritos ahogados, golpes, empujones, sogas, vendas, llagas, lágrimas, cadenas.
     La imagen se oscurece infinitamente mientras él hace cosas que no tienen —que no deberían— tener nombre, una y otra y otra y otra vez. Los seres de la imagen se cubren de un insoportable tinte carmesí.

     Tal vez solo Dios pueda soportar la visión de la humanidad desde la distancia.
     Estoy seguro que Él llora por ella. Por cada una de las vidas que son ella.



.  .  .  .  .



     El relato que acabás de leer no es una muestra gratuita de violencia y maltrato. Tiene un propósito. Es una denuncia. Es la necesidad de poner en torpes e insuficientes palabras algo que duele contar; algo que realmente cuesta comprender.      
     En los dos minutos que te llevó leer el relato, en alguna parte del mundo cuatro mujeres fueron secuestradas y vendidas como esclavas sexuales. Se estima que hoy, en pleno siglo XXI, hay unos 27 millones de esclavos que viven en las sombras, en su gran mayoría mujeres y niños.

     Pero, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo se puede rescatar a 27 millones de personas?

     Una por una.


     Hace poco descubrí un movimiento social, END IT, que pretende hacer precisamente eso. Por ahora, la información está solo en inglés, pero no hace falta dominarlo completamente para entender el mensaje. Te invito a averiguar más del tema y a correr la voz. Por los millones que te necesitan. Por una sola persona. Esa que tiembla en la oscuridad, rogando que alguien termine con todo esto. Acaso pronuncia tu nombre.