sábado, 5 de noviembre de 2011

Juicio final

 

            El comandante de la Guardia Suiza nunca llegó a cruzar el umbral. Permaneció inmóvil frente a la entrada de la Capilla Sixtina, espada en mano, bajo la mirada perpleja de sus hombres. El negro rectángulo que se hundía en el muro era un abismo desde donde emanaban lamentos casi imperceptibles.
            Se acercó para ver. Por un instante sintió que se adentraba en una de las arrugas del tiempo: creyó descubrir la leve eternidad de las cosas.
            Percibió las vetas ancestrales de la puerta abierta frente a él, cada uno de los misterios del rosario como queriendo meterse en su pecho, el temor anidado en los ojos de sus soldados, el vértigo de aquella extraña oscuridad; el aleteo fantasmal de túnicas al viento.
Vislumbró figuras que allí adentro se desprendían del mural opuesto.
Se acercaban.
Se deslizaban sobre las sombras.
Cuando alcanzaron el umbral, el comandante ya las esperaba de rodillas. Jamás supo si eran demonios o ángeles.