Con los pies en el aire, con la visión centrífuga que produce el giro constante, la realidad se parece mucho a un sueño distorsionado del fin del mundo. Así lo piensa Ahmad mientras vuelve a contorsionarse entre el humo y el silencio, como un acróbata sin red, sin suelo, sin mundo donde caer. Podría girar hasta el cansancio, pero el fuego, el odio y el hambre estarán esperándolo ahí abajo, agazapados entre los escombros, asfixiando a lo que queda de su familia, desfigurando a su pueblo. Por eso vuelve a treparse a los vestigios de su mundo. Toma carrera. Respira hondo. Corre sin pensar en el zumbido de los aviones a la distancia.
Y salta.
Salta al vacío.
Salta sin miedo a nunca dejar de caer.
Fotografía de Mohammed Salem/Reuters