martes, 31 de diciembre de 2013

Predicción irreverente del año 2000



     
     En el año 2000 las escuelas francesas tendrán máquinas que transmitirán el contenido de los libros directamente al cerebro de los alumnos por medio de imperceptibles ondas telegráficas que, a través de los oídos, penetrarán la tierna mente de los escolares. La máquina tendrá la capacidad de codificar la escritura en una versión en código Morse de La Marsellesa, la cual los alumnos escucharán una y otra vez durante 6 horas diarias o hasta que la mayoría de ellos rompa en llanto, vómitos o gritos despavoridos. La prodigiosa máquina será capaz de procesar y transmitir múltiples libros a la vez, a menudo en el orden correcto, aunque no es recomendable mezclar textos históricos con aquellos de ciencias exactas o novelas británicas en las que se representen personajes afeminados y mujeres de la calle. Eso sí: A pesar de su avanzada tecnología, la máquina deberá operarse manualmente girando una tosca manivela, tarea que se reservará para el tontito de la clase. 

     Los posibles efectos secundarios del uso de esta maquinaria (recurrentes pesadillas sobre malvados conejos vestidos de frac; brutal insociabilidad y egocentrismo; agresividad extrema y alarmante tendencias suicidas, homicidas, regicidas e insecticidas; pésimo y obsesivo sentido de la moda; enfermiza adicción a la tecnología y en particular a la estimulación auditiva; tendencia a cacarear como gallina al son del himno nacional) se harán evidentes probablemente hacia el 2014.

                                                                                     Fernand Mérimée
                                                                                     Talange, 1899




Esta ilustración es parte de un grupo de predicciones que algunos creativos artistas franceses hicieron entre 1899 y 1910 acerca de cómo sería el mundo en el año 2000. En una cosa no se equivocaron: los pibes del siglo XXI no se sacan los auriculares ni para meterse a la ducha.
Por si te interesa ver otras predicciones: 

viernes, 15 de noviembre de 2013

Maraña 2.0



     —¿Ves? Ese con el kayak rojo, acá abajo, entre estos dos amarillos, ese soy yo —señaló Alberto con orgullo.
     —¿Cuál, tío? Es que hay varios rojos, todos juntos —respondió Pancho, perdiendo su lúcida mirada de niño en una maraña de colores, de cosas que parecían personas o personas que parecían cosas y que le recordaba tanto a esos turbios rompecabezas de 5.000 piezas en los que se perdía el abuelo.
     —Este de acá.
     —…
     — No, pará… este. Sí, este pegado al kayak gris. No… a ver…
     —…
     —Bueno, uno de estos dos soy yo. Creo que este.
     —Ah…
     —Estaba ahí, Panchito, flotando feliz en medio de una marea increíble de gente y colores, cuando la vi… y el mundo se cayó a pedazos.
     —¿A quién viste, tío?
     —A la mujer de mi vida.
     —…
     —En el instante que la vi lo supe, Panchito, no tuve la menor duda. Era la-mujer-de-mis-sueños.
     —¿Cómo sabés, tío, que era la mujer de tus sueños?
     —No sé cómo, pero lo sabía. Cuando crezcas me vas a entender. Nos miramos a los ojos y fue como si un cupido desquiciado me ensartara no una flecha —¡una tremenda lanza!— por la espalda. Ella estaba como a diez o quince kayaks de distancia, me clavaba la mirada y sonreía y yo no sabía cómo hacer para acercarme a ella. No sabés cómo intenté remar, Panchito, pero no se podía en ese infierno flotante. Yo estaba meta remar —meta intentar remar— y cada vez que alzaba la vista para verla, ella estaba más lejos. Y me miraba; me miraba con una sonrisa que no te puedo describir. Y yo ahí flotando como un tarado entre tantos tarados que se multiplicaban entre ella y yo. Entré a insultar, a meter remazos para todos lados, me peleé con dos o tres tipos que no abrían paso… estaba enloquecido, Panchito, enloquecido. Y cuando alcé la vista en busca de esos ojos de ángel, no la encontré. No estaba. Nunca más la vi. La perdí, Panchito, la perdí para siempre. Después de que terminó todo la busqué por horas, pero no estaba. Se la había tragado el mar, no sé…
     —…
     —Y no tenés idea las veces que la busqué en esta foto, qué se yo, para verla aunque sea así, de arriba. Pero es imposible, Pancho, es un laberinto, una maraña de botecitos de miércoles que confunden todo.
     —…
     —…
     —Tío.
     —Sí, Panchito.
     —Mamá tiene razón: necesitás una novia —pronunció antes de levantarse de la mesa para ir a jugar con las figuritas.


Foto: One Square Mile of Hope por Nancie Battaglia

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Maraña



     —¿Ves? Ese con el kayak rojo, acá abajo, entre estos dos amarillos, ese soy yo —señaló Alberto con un orgullo un tanto desmedido.
     —¿Cuál, tío? Es que hay varios rojos, todos juntos —respondió Pancho, perdiendo su lúcida mirada de niño en una maraña de colores, de cosas que parecían personas o personas que parecían cosas y que le recordaba tanto a esos turbios rompecabezas de 5.000 piezas.
     —Este de acá.
     —…
     — No, pará… este. Sí, este pegado al kayak gris. No… a ver…
     —…
     —Bueno, uno de estos dos soy yo. Creo que este.
     —Ah…
     —No te imaginás lo que fue ser parte de este récord Guinness. Fue el punto más alto de mi carrera de canotaje. Fue… fue uno de los días más importantes de mi vida, Panchito. No sé cómo explicártelo… fue como hacer un gol de mitad de cancha en la final del mundial; como engancharte a la chica más linda del colegio. Me sentía parte de algo único y glorioso, no sé, como flotando en un infinito mar comunista, en donde no existen las diferenticas, en donde todos somos iguales, pero aún así me sentía el mejor…
     —Tío.
     —...el más grande, el…
     —Tío.
     —Sí, Panchito.
     —Mamá tiene razón: sos un tarado —pronunció antes de levantarse de la mesa para ir a jugar con las figuritas. 


Foto: One Square Mile of Hope por Nancie Battaglia

sábado, 2 de noviembre de 2013

Ojos que ven


     Curiosos talismanes son los objetos que pueblan la vida. Ahora los contemplo como tercas reliquias, como pequeños náufragos empecinados en perdurar entre la marea del tiempo que, tarde o temprano, todo se lo lleva. Ventanas, relojes, paredes, baldosas, llaves, platos, licores, cuadros. Alguna vez significaron algo para mí. Difícil explicar lo que siento al mirarlos nuevamente, al verme rodeada de ellos.
     La sala no es pequeña, y la blancura nocturna de las paredes y el carmesí intenso de las cortinas me hacen pensar que alguna vez estuve aquí. Percibo retratos en blanco y negro colgados en la pared, una biblioteca, un sillón gastado, una mesa de madera, la luz de una luna agónica que atraviesa las cortinas y acaricia, apenas, los cristales de un mueble antiguo.
     Mi mirada se detiene en un altar improvisado junto a una puerta cerrada. Sobre el negro mantel que lo cubre palidecen retazos de algo íntimo y lejano; objetos que alguna vez —lo intuyo, lo sé— fueron parte de mi vida. Libros. Flores, muchas flores. Veladoras. Crucifijos. Manjares que alguna vez me deleitaron. Panes y frutas. Vasos de agua. Monedas. Tristes amuletos. Sonrientes calaveras de azúcar.

     Y en medio de todo, coronando la ofrenda, una fotografía.
     De mí misma.
     Sonriendo desde el mismísimo fondo del tiempo.

     Ahora comprendo. Ahora creo entender por qué las cosas y el espacio que me rodean gravitan como en otra esfera, a la distancia. Es que nada está más lejos que el pasado.
     Entonces escucho el quejido mecánico de la puerta y veo entrar personas que creo conocer. Una señora chaparrita y vestida de negro enciende velas. Entran dos jóvenes. Él mira hacia el suelo; ella acaricia el mantel del altar. Creo reconocerlos; sí, son dos de mis nietos. No pueden verme. Yo me acerco y los miro muy de cerca, casi rozándolos, pero no pueden verme.
     Mi nieta toma uno de los libros que adornan el altar. Acaricia el título lentamente. Lo gira; lee o mira la contratapa. Allí está mi rostro una vez más, mirándome desde otra fotografía, rodeado de palabras. Entonces me alcanza un tenue recuerdo; un recuerdo empapado de olvido: ella y yo sentadas en un jardín o un parque, el cielo cubierto de nubes, su voz de terciopelo confundiéndose con el viento.
     «Abue, ¿por qué hablas como si escribieras?». «No, Alcirita mía, lo que pasa es que escribo como si hablara».
     Alcira, así se llama. Alcira. Creo que le gustaban mis poemas. Cuánto has crecido, Alcirita mía.
     El recinto pronto se llena de personas que desfilan frente a mí como espíritus de la memoria. Reconozco a Lautaro, mi hijo. Su esposa apoya la cabeza sobre su hombro mientras él se besa los dedos de la mano derecha y luego los posa sobre la fotografía de mi rostro, justo sobre la frente. Otros platican. Un hombre regordete que no recuerdo suelta una carcajada. Un niño de pelo largo se recuesta en el sillón y juega con un aparato electrónico.
     Siento que es hora de partir. No sé por qué, pero lo sé. Miro alrededor, a cada una de las personas que me rodean. No quiero olvidar sus rostros, sus facciones tan escurridizas tras los umbrales del tiempo. Los miro detenidamente, llena de algo que acaso es nostalgia o soledad.

     Entonces, al contemplar la habitación por última vez, me encuentro con su mirada.
     Una niña pequeñita me clava sus enormes ojos negros mientras se aferra al mantel del altar.

     Me deslizo hacia un lado y hacia el otro y su mirada no se despega de mí. Me mira directo a los ojos. Realmente puede verme; sabe que estoy aquí.
     Pero algo comienza a llevarme, a apartarme de la habitación, aunque no me muevo. Siento como si comenzara a cruzar puertas íntimas e invisibles sin moverme, pero aún así alejándome, sumergiéndome en algo que tiene la textura del tiempo, pero que solo Dios sabe qué es, qué es esto que me lleva.
     Solo sé que esa pequeñita es la única testigo de mi llegada y de mi partida, de mi oculta y fugaz y etérea visita. Su mirada triste continúa amarrada a la mía; es lo único que me conecta ahora con todo aquello que llaman la vida.


     Lo último que alcanzo a ver, como a través de un lienzo de luz, son dos ojos que encienden una tímida sonrisa en el rostro de una niña; una manita que se eleva, que me ofrece una sincera y secreta despedida.


miércoles, 16 de octubre de 2013

Liebster Award





(Voz de locutor de radio local medianamente sobrio con pomposa música de Premios Oscar de fondo):
     “¡Damas y caballeros; presentamoooosss… el Liebster Awarrddd!

(Mi propia voz):
     Sí, ya sé: ¿Qué corno es el Liebster Award? En dos palabras: un premio. En más palabras: un suplicio feliz que tiene poco de premio y mucho de tarea escolar y cadena interminable de emails. O sea, al que gana lo ponen a trabajar. Es una bendita maldición que consiste en lo siguiente:

A) Nombrar y agradecer el premio a la persona o blog que te lo concedió.
B) Responder a las 11 preguntas que te hayan formulado.
C) Conceder el premio a 11 blogs y proponerles 11 preguntas para responder.
D) Visitar los blogs que han sido premiados junto con el tuyo.
E) Informar a los blogueros de su premio.

Agradezco y maldigo a Villacresporker por señalarme como uno de sus nominados. Estas son mis respuestas a sus preguntas:

1- ¿Cuáles fueron los motivos que te impulsaron a publicar en tu blog por primera vez?

Una fuerte indigestión. Tenía atravesado en la garganta un bolo de palabras y pensamientos anormales que no podía digerir. También quería ser rico y famoso. Muy rico y muy famoso. Así que pensé: “Tengo que tener un blog, no queda otra”.

2- ¿Publicaste en papel algo de lo que hayas escrito? Si no, ¿tenés aspiraciones de hacerlo?

Sí y sí.

Algunos de los títulos que tengo en mente:
La desolación de ciertos desiertos desiertos
El fondo del inodoro: Vida de políticos ilustres
Las patéticas aventuras del patético Pelu (¿por qué no?)

3- ¿Cómo quién te gustaría escribir?

Como un fantasma sensible y desquiciado. También como el pie izquierdo de Julio Cortázar o como alguna de las sombras que Borges dejó proyectadas en algún zaguán.

4- ¿Cómo te gustaría que te recuerden?

Con la memoria. También con fotos, todas fuera de foco.

5- ¿A qué cuestiones renunciarías con tal de poder continuar escribiendo y a cuáles no?

A mi trabajo, de una. Y a nada de lo que realmente importa.

6- ¿A quién no le crees nada y a quién le crees ciegamente?

Nunca le creo nada a alguien que me dice: “La mitad de las mentiras que digo no son verdad”. Creer ciegamente: no, gracias al cielo, por ahora tengo más o menos buena vista.

7- ¿Cuán extraño te resultaría encontrarte con un blogger que no conocías personalmente en la vida real?

¿Cómo la “vida real”? ¿Con qué se come eso?

8- ¿Qué opinas de quienes opinan sobre cualquier cosa sin saber de aquello que están opinando?

No sé, por las dudas no opino.

9- ¿Con qué frecuencia bailas o cantas en público?

Bailo de vez en cuando haciéndome el payaso frente a mis hijos o como un juego fugaz con mi esposa. No canto mucho en público; prefiero hacerlo con una guitarra y sentado en el inodoro (el baño tiene la mejor acústica, sin duda).

10- ¿Alguno de los que están respondiendo es un bot?

¿Por “bot” te referís a aquellos seres semificticios que no saben si viven en nuestro mundo o en algún lugar perdido de los sueños o el olvido?
Si es así, sí, yo soy un bot.

11- ¿Qué pregunta te hubiera gustado que te hiciera y no te hice?

Si tuvieras que escribir una palabra —una sola—, la última palabra sobreviviente que quedará gravitando entre los restos de nuestro planeta cuando el último de nosotros se haya ido sin apagar la luz, ¿qué palabra sería?


     Ahora, nunca me gustó prolongar cadenas inútiles de mensajes, así que a partir de acá mis nominados no tienen compromiso alguno y tienen mi total apoyo para deshacer las reglas o modificarlas de la manera más insalubre.

Mis 6 nominados (seis porque sí, porque no tengo ganas de elegir 11):

Sigma (que ya no existe más; alguna multinivel se apropió del blog)

Estas son las preguntas que bajo amenaza de muerte (bueno, no tanto) deberán responder los blogueros premiados:

1. ¿Qué significa ser un buen escritor? ¿Qué es escribir bien?

2. ¿De qué manera definirías el arte de escribir un blog?
            a) una pérdida de tiempo
            b) dos pérdidas de tiempo
            c) 37% pérdida de tiempo + IVA
d) algo que hace que uno parezca más inteligente y/o anormal de lo que realmente es

3. ¿Qué tiene que tener un blog para ser un buen blog?

4. ¿Acerca de qué nunca escribirías?

5. ¿Cuánto te duele que nadie comente una de tus entradas?
            a) más que agarrarte el dedo meñique con la puerta del auto
            b) menos que caminar 7 metros descalzo en arena hirviente
            22) como si un enano de circo te diera en la cabeza con un garrote de goma
            j) más o menos como arrancarte un pelo de la nariz (que alguien alguna vez describió como el pelo más largo del cuerpo, ya que cuando te lo tirás se te frunce hasta el caracú)
            IV) no duele, lo que pasa es que estaba cortando cebolla

6. Si fueras un personaje de ficción, de algún libro, ¿quién serías?

7. Tu escritor favorito va a dar una conferencia a la misma hora que el concierto de tu grupo de rock preferido. ¿A dónde vas? ¿Y si llueve? ¿Y si caen meteoritos?

8. ¿Cuál es la diferencia entre la sincronización plutónica de la efervescencia político-social-literaria y la calistenia visceral en que se mueve el yo literal y/o ficticio en comparación con un buen sándwich de salame?

9. ¿Qué tan rápido lees?
            a) Me devoro un libro antes del desayuno al mejor estilo Francesc Bon
            b) Leo a una velocidad, digamos, entre la del salto de un canguro reumático y la de una soprano corriendo el autobús
            c) Muy despacito. Lo voy masticando de a poco
            d) A la velocidad de una carreta del siglo XVI tirada por una manada de hámsteres endemoniados

10.  ¿Qué te ves escribiendo en cinco años?  
           
11. Si tuvieras que escribir una palabra —una sola—, la última palabra sobreviviente que quedará gravitando entre los restos de nuestro planeta cuando el último de nosotros se haya ido sin apagar la luz, ¿qué palabra sería?


(Voz del locutor con un gallo atravesado en la garganta):

     “Los esperamos en la próxima edición del Lie.. Leich.. Biesteing Awar"