viernes, 13 de septiembre de 2013

Las patéticas aventuras del patético Pelu, Parte 13



     Llevo semanas tratando de descifrar el libro secreto de Pelu. Creo que voy comprendiendo. Creo que me estoy volviendo loco. Creo que esa es precisamente la clave: perder todo sentido de cordura y ver las cosas con la lucidez de la demencia.
     La semana pasada me di cuenta de algo que antes no había tomado en cuenta: muchas de las páginas del libro tienen una levísima marca que las atraviesa verticalmente por la mitad; era evidente que alguna vez habían estado dobladas. “Acá hay algo”, pensé, y doblé una de las páginas marcadas siguiendo el pliegue vertical. No lo podía creer: las oraciones que resultaron de la combinación de la mitad izquierda de la página 52 con la mitad derecha de la página 54 eran frases perfectas; muy raras, pero gramaticalmente perfectas. Por primera vez, el libro decía algo que podía llegar a tener algún sentido. Hice lo mismo con todos los dobleces que encontré —23 en total— y leí cada uno con una avidez abismal, como un monje rabioso a punto de descifrar el Código da Vinci.
     Algo no cerraba. La combinación de mitades de páginas tenía sentido cuando leía cada una por separado, pero al leerlas en orden era como si estuviera leyendo algo entre un manual de antiayuda y el testamento de un suicida desquiciado. El orden no era correcto; faltaban cabos. Faltaba volverme un poco más loco.
     Quizá faltaba ponerme a hacer las gansadas que hacía Pelu. En las últimas semanas, varias veces lo sorprendí en su cuarto a absurdas horas de la noche, encuerado, con su ridícula vinchita dorada y sentado en el piso en una incómoda posición de yoga o algo así, por momentos balbuceando algo que no eran palabras y que tenía bastante de clave morse.
     —¿Pero qué estás haciendo, Pelu? —le pregunté una noche con total aire de censura.
     No hubo respuesta. Pelu siguió enfrascado en su idiotez meditativa como un budista à la Yoda; como si lo que estaba haciendo fuera la cosa más normal del mundo, y yo, en cambio, fuera el ingenuo desequilibrado que no comprendía nada, que estaba demasiado trastornado como para ver la realidad.
     Y las desapariciones. Pelu seguía desapareciendo de la forma más misteriosa. Anoche no aguanté más. Paso por su cuarto y veo a Pelu de reojo en su posición habitual; vuelvo sobre mis pasos literalmente dos segundos más tarde y Pelu ya no está. ¡El tipo no-es-tá! Lo busqué por todos lados: debajo de la cama, entre una pila de ropa sucia, abajo del escritorio… abrí hasta los cajones del armario. “Nunca se sabe”, pensé, “con tanto yoga, capaz que se contorsiona y se esconde en el cajón menos pensado, entre los calzoncillos y las medias”. Pelu simplemente no estaba. El infeliz de verdad había desaparecido.
     No podía ser. Me quedé en su cuarto esperando hasta que apareciera. Tenía que ver cuál era el truco. Ya me imaginaba al tarado de Pelu asomándose por la ventana o sacando la cabeza de algún escondite secreto y yo ahí esperándolo para acomodarle un buen manotazo en la bocha o sacudirle con lo primero que encontrara a mano. Pensé en lo limpio y traicionero y hermoso que es ese golpe que no se inventó para lastimar, sino para humillar: el viejo y querido coscacho. Hay algo casi poético en el chasquido que provoca la mano sobre la coronilla de la cabeza, la vuelta de la muñeca al dar el impacto, el chanfle perfecto en el momento exacto, la violencia justa del golpe, esa mueca de satisfacción incontenible en la cara... No es un golpe cualquiera, no señor. Es todo un arte. Es poesía, viejo. Saboreé el momento, imaginé cada detalle: su cara de idiota invisible saliendo del escondite, mi mano abierta acomodándole un glorioso coscacho en la cabeza, el placer fugaz de descargar todos estas semanas de absurda espera de un saque…

     Y esperé. Y esperé. Primero sentado en la cama; después acostado. Esperé…
     Esperé hasta que me ganó el sueño.

3 comentarios:

  1. El viejo y querido "casote". Siempre se lo ligaba el que estaba distraído en clase (o en realidad, el que estaba prestando mucha atención y entonces el compañero de atrás sácate el tortazo en la nuca que sonaba limpio, hermoso...-ojo "antibullings abstenerse, que se lo ligaba aleatoriamente cualquiera-)
    Qué lástima que se haya quedado con las ganas de sacudirlo al Pelu, no va a faltar oportunidad, espero,
    El #13, el trece.
    Saludos!

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  2. Mucha razón, Villa, en eso de lo limpio y hermoso del viejo y querido "casote", también llamado "corrector" o el milenario "coscacho". No es un golpe cualquiera, viejo. Es un golpe que se inventó para humillar, no para lastimar. Hay algo casi poético en el chasquido que provoca la mano sobre la coronilla de la cabeza. La vuelta de la muñeca al momento de dar el impacto... la violencia justa del golpe... Esa sonrisa de placer en la cara... No es un golpe cualquiera, no señor.
    Saludos, Villa, y gracias por darte una vuelta!

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    1. Es más: esta brevísima y absurda disertación sobre la naturaleza del coscacho debe quedar inmortalizada en las tan efímeras palabras del hermano de Pelu. Así que, con el permiso de Villa, acá va una pequeña modificación al final del texto, donde ahora vivirá algo de la locura del legendario Villacresporker.

      Pa' que no se diga que los comentarios no valen.

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