viernes, 16 de marzo de 2012

Borges, el poeta


     Hace poco volví a leer Elogio de la sombra, uno de los libros de versos de Jorge Luis Borges. Se trata de la primera edición de 1969 que llegó a mí por cosas del azar o por designio de alguno de los dioses de alguna mitología de alguno de los libros de Borges. Lo cierto es que, desde entonces, el fantasma de Borges nunca se ha marchado del todo; está siempre ahí, gravitando sobre mi cabeza y susurrando cosas que a veces creo comprender.  
     La relectura de Elogio de la sombra hizo que me encontrara con un Borges que hace tiempo no visitaba, Borges el poeta. Un Borges empeñado en abarcar lo inabarcable, embrujando los versos con espejos y laberintos; contaminando las palabras de memoria, tiempo y olvido. Pero también un Borges más de carne y huesos, más íntimo.
     Comparto con ustedes uno de los poemas, que bien podría haber sido cualquier otro. O tal vez no; tal vez debe ser este. Por lo menos, algo así me lo susurra.

Las cosas

El bastón, las monedas, el llavero,
La dócil cerradura, las tardías
Notas que no leerán los pocos días
Que me quedan, los naipes y el tablero,
Un libro y en sus páginas la ajada
Violeta, monumento de una tarde
Sin duda inolvidable y ya olvidada,
El rojo espejo occidental en que arde
Una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
Limas, umbrales, atlas, copas, clavos,
Nos sirven como tácitos esclavos,
Ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.    

Jorge Luis Borges
Elogio de la sombra
Buenos Aires: Emecé, 1969

No hay comentarios:

Publicar un comentario