Aquellos de inclinación intelectualmente masoquista, encontrarán la primera parte de las aventuras de Pelu bajo la entrada del 8 de marzo de 2012. No me hago responsable de nada. Y Pelu, menos.
Voy
a continuar con la historia de Pelu por cualquier lado, que es la mejor forma
de contar una historia.
Hace un tiempo, Pelu leyó “Manual de instrucciones”, de
Julio Cortázar. No sé de dónde lo sacó, pero lo leyó. En realidad, es lo único
que leyó de Cortázar, así que Pelu piensa que Cortázar es una especie de autor
de libros de autoayuda; no sé, piensa que la obra de Cortázar consiste en dar instrucciones
de cómo vivir mejor la vida: instrucciones para llorar, instrucciones para
subir una escalera, instrucciones-ejemplos sobre la forma de tener miedo, etc.
Y que Pelu piense que Cortázar es escritor de manuales de autoayuda me hace
hervir la sangre, viejo; Cortázar es Cortázar.
—¡Pero
infeliz! —me cansé de decirle—. ¿Por qué no leés lo demás que escribió? Tiene
los mejores cuentos que se han escrito.
—No
te lo niego —me contesta Pelu con esa voz de camello apaleado que le sale a
veces—, pero no necesito leer más. ¡El tipo es un genio! Nadie se había tomado
el trabajo de explicar cómo hacer realmente las cosas, che. ¿Te imaginás si hubiera
instrucciones así para todo?
—Escuchame,
Pelu… ¡¿pero no te das cuenta de que es una tomada de pelo?!
—…
Y
bueno, a Pelu se le metió en la cabeza que Cortázar es algo que no es y no hay
nada que hacer... es un tarado.
Lo
peor —para la literatura mundial o, más bien, para la salud mental mundial— es
que, a partir de entonces, Pelu se tomó como una misión personal “iluminar” a
la humanidad con instrucciones de cómo hacer mejor las cosas. De ahí surgieron los
delirios más asquerosamente absurdos que uno se pueda imaginar: “Instrucciones
para limpiarse la cola después de defecar (con o sin papel)”, “Instrucciones
para gritar gol con un pedazo de pizza atravesado en la garganta (con o sin
fainá)” o “Instrucciones para no hacer nada”. Una de las más patéticas:
“Instrucciones para reaccionar cuando tu novia te confiesa que te mete los
cuernos (versión telefónica)”. Es que, lamentablemente, Pelu escribió varias versiones,
una más absurda que la otra: “A los tres meses y quince bofetadas de noviazgo”,
“Frente al estanque de la tía Polola” (cuya versión incluye un intento de
homicidio en el agua, entre los patos), y la inexplicable “Comiendo mondongo en un restaurante”
(¡¿pero en qué restaurante sirven mondongo, y quién miércoles lo va a pedir, me
pueden decir?!).
Bueno,
ya me estoy fastidiando de solo escribir estas idioteces, pero de esto se trata,
de exorcizar todos estos fantasmas de lo absurdo. Así que, con la advertencia
de que leer lo siguiente puede causar serios efectos secundarios, a
continuación transcribo textualmente —y no sin cierto dolor— las “Instrucciones
para reaccionar cuando tu novia te confiesa que te mete los cuernos (versión telefónica)”:
«La
primera reacción que se debe tener al escuchar semejante noticia es poner cara
de incredulidad: la boca semiabierta, las fosas nasales extendidas, los ojos de
huevo tibio. Inmediatamente se debe comprobar que, en efecto, a uno le han
estado metiendo los cuernos. Para esto, alcanza con tantearse la cabeza cerca
del área de la frente y corroborar si hay señales (en ocasiones
pueden ser casi imperceptibles, pero hay
quienes aseguran que el grosor y largo de los cuernos corresponde al número y
frecuencia de las infidelidades, cosa que todavía no se ha comprobado). Una vez que se encuentran las marcas, uno debe
dejarse llevar por el primer impulso: insultar a más no poder (es importante
dejar bien en claro la irritación al escupir con abundante baba las palabras
“perra” e “hija de perra” al menos nueve veces; “zorra” o alguna de sus
variantes unas cinco veces). Una vez que los insultos sequen la boca, si la
novia sigue aún en línea, se procederá a llorar desconsoladamente (véase
“Instrucciones para llorar” de Cortázar). También es recomendable pedir perdón
y/o pedir que le pidan perdón a uno, arrodillándose y dándose golpes
moderadamente violentos en la frente (utilizando la palma de la mano o algún
objeto no punzante, como una banana de goma). Entonces, sin advertencia alguna,
se procederá a colgar violentamente el teléfono y revolearlo contra una
superficie dura (preferiblemente de unos 5 cm de espesor); o no colgar para
nada y, si uno se encuentra en un edificio de más de tres pisos de altura, decir “Hasta
la vista, baby” y dejar caer el teléfono al vacío. En la mayoría de los casos,
la explosión del teléfono al llegar abajo no dañará a la persona del otro lado
de la línea. El último paso consiste en volver a tantearse la cabeza para
asegurarse de que los cuernos estén desapareciendo (a veces este paso puede
llevar algunas horas; si no se achican luego de tres días, untar la cabeza con
una mezcla especial de grasa de chancho, jugo de limón y perejil picado bien
finito, masajear fuertemente la zona con piedra pómez o consultar con un
médico). Una vez que se tenga la confianza de salir al mundo exterior, lo
primero que se debe hacer es comprar un teléfono nuevo».
Creer o reventar. La
semana pasada corté con mi novia. Todo pasó muy rápido… todavía no entiendo
bien qué pasó, qué dije. Solo sé que, de alguna manera que no logro comprender,
seguí las instrucciones de Pelu.
Tuve
que comprar un teléfono nuevo.
Con este me cagué de risa. Los otros están bien, pero por ahora, de los cuatro, este es el mejor. Espero el quinto para ver cómo sigue Pelu. Saludos!
ResponderEliminarVillacresporker, gracias por darte una vuelta por el blog, viejo. Me alegro de que te haya gustado este episodio de Pelu. Hay más, mucho más para contar y espero que se ponga bueno, aunque con Pelu nunca se sabe.
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