La noche se infiltraba por las rendijas del vagón. Entre sombras
inconclusas, el vaivén de pequeños círculos de fuego improvisaba una danza intermitente
e inútil. No es más que el placer de los
miserables, pensó Rolo mientras se llevaba el cigarrillo a la boca.
Era la última bocanada.
No lo intuyó; no lo imaginó.
Lo vio.
La humarada se lo mostró todo. Como un aleph fugaz y etéreo, el humo que partía de su boca esbozó
entre retazos de luz imágenes demasiado nítidas, demasiado reales. En aquella
última fumarada Rolo contempló los pliegues del tiempo. Vio un árbol de copa flameante; vio
cicatrices, perros cojos y una calle vacía; vio el cuerpo desnudo de Anabela;
vio su proprio rostro y al aleph desprenderse de su boca, multiplicando su perfil
ensombrecido hasta el infinito; vio un tren que atravesaba el oleaje de la
noche; vio hombres armados; vio el odio anidado en sus ojos; vio mucha sangre;
vio cuerpos que se desvanecían como espíritus, como humo.
Cuando el tren se detuvo bruscamente no intentó escapar. Simplemente
observó el rastro de la humarada que se evaporaba, que se perdía en la noche.
Foto: Joe Penney, Reuters
¡Gracias, maestro!
ResponderEliminarGenial!
ResponderEliminarSaludos!