Hace unas semanas Pelu comenzó a hacer ejercicios de meditación. Lo sé
porque lo vi en su pieza más de una vez. Su cuarto está al lado del mío y,
además, no tiene puerta (Pelu la intercambió tiempo atrás por unas botas de
Snowboard usadas, aunque no tiene tabla, en su vida practicó el deporte y estamos
a mil quilómetros de la nieve; además, creo que las botas eran dos números más
chicas). La cosa es que Pelu hace ejercicios de meditación. Lo sorprendí una
noche sentado en el suelo de su cuarto al pie de la cama: los ojos cerrados,
las piernas echas un nudo y las manos semiabiertas apoyadas sobre las rodillas;
todo un idiota new age en trance, encuerado
y con una vincha dorada en la cabeza. Miralo
al infeliz este, pensé. ¡Hasta con
vinchita y todo!
Al principio
no le di importancia. ¿Qué problema
había con que Pelu hiciera lo que hiciera, mientras no molestara a nadie? Pero
enseguida me entró una sensación extraña; me inquietaba la idea de que un espécimen
como Pelu se conectara con el universo o con sí mismo. Comencé a olfatear
cierto peligro. ¿Qué tal si de alguna manera el tipo potenciaba su idiotez; no
sé, maduraba y crecía su capacidad de hacerme la vida imposible?
Entonces comenzaron a pasar cosas extrañas… muy extrañas: cortes
parciales de electricidad, en los que se iba la luz en un cuarto de la casa y
en otros no; repentinos fogonazos dorados en la pantalla del televisor apagado
e interferencias bien raras al escuchar la radio, en las que a veces se
traslucía el irreconocible dialecto de una voz seca y crocante. Y, sobre todo,
las cosas no paraban de desaparecer; eso era lo más raro y lo que más me volvía
loco. Me desaparecieron una zapatilla, un CD de Foo Fighters y otro del Flaco Spinetta,
así como un globo terráqueo que juntaba polvo en un estante de mi pieza desde
que tengo 9 años. Una noche no estaba mi cepillo de dientes, pero apareció como
por arte de magia al día siguiente adentro de un frasco de berenjenas al
escabeche.
Pero desaparecieron dos cosas en particular que todavía no logro
entender. Una noche me levanto para ir al baño y cuando intento abrir la
puerta, me encuentro con que no había picaporte. Me quedé tanteando la
oscuridad como ciego recién estrenado, dando manotazos inútiles en cada
centímetro de la puerta pero sin poder dar con la manija. Terminé yendo al otro
baño. A la mañana siguiente el picaporte estaba ahí, como si nada.
La otra desaparición fue aún más inquietante. En la heladera tenemos
pegada una foto en la que Pelu y yo salimos abrazados con un primo en una playa
de Villa Gesel. El martes pasado a la mañana estaba por sacar la manteca y el
dulce de leche para ponerle a unas tostadas, cuando, al abrir la heladera, me
doy cuenta de que algo está fuera de lugar. Era la foto. Con la cara
prácticamente pegada a la imagen no podía creer lo que estaba viendo. Era exactamente
la misma foto que había estado ahí durante los últimos tres años; todos con la
misma expresión de ansiedad incontenible, poniendo cara de turistas
experimentados pero con la piel blanca como pollo en oferta, cosa que delataba que
acabábamos de llegar; el primo Fito con sus anteojos de sol, como salido de una
película de Terminator y yo con la pulserita barata que acababa de comprar.
Todo exactamente en su lugar, a excepción de una cosa que no me entraba en la
cabeza: Pelu no estaba en la foto. Ahí a la derecha, donde Pelu siempre había
estado saludando a ningún lado con cara de adolescente MADE IN BEVERLY HILLS,
no había nada. Solo se veía la continuación de la playa de fondo y el aire; y
un extraño vacío, como si Pelu se hubiera disuelto entre los pixeles, como si
se hubiera esfumado, como si todo lo que quedaba ahí en la imagen fuera la sombra de un fantasma clandestino.
Pará, ¡me estás jorobando!, dije en voz baja mientras veía la foto con la intensidad con que miran los locos o los malos actores. ¡No puede ser, me
están macaneando, viejo! Agarré la foto y fui a toda velocidad hacia el
cuarto de Pelu en busca de un testigo, una explicación, algo...
Pelu no estaba en su pieza; tampoco en el baño, ni en el patio ni en
ningún otro lado. Pero cómo, si no lo
escuché salir… si el vago este siempre está durmiendo a esta hora, pensé mientras miraba para todos lados con la foto en la mano.
Corrí de vuelta al cuarto de Pelu. Busqué en todos lados. Miré la
foto. Sonreí como un idiota asustado. Me senté en la cama. Miré al suelo sin
saber qué pensar.
Ahí encontré el libro; se asomaba, apenas, por debajo de la cama, como
escondido al apuro. Cuando lo saqué y leí la tapa todo fue más claro e
infinitamente más confuso a la vez. No era una novela, ni alguna obra de
ficción. Se trataba de una desquiciada pieza científica o algo así, con
gráficos, estudios y fórmulas raras. En la portada color bordó estaba grabado
en letras doradas el nombre de la autora, Génesis Torcuato Scheinstaw, y, justo
arriba, todo en mayúsculas, un título ridículo, esquivo, ingenuamente peligroso:
“CÓMO DESAPARECER TOTALMENTE”
No, no, no. No diga que este es el final de Pelu, por favor!
ResponderEliminar"Ingenuamente peligroso" = PELU
Saludos!
me encanta Pelu!!!
ResponderEliminarNo, no es el final... aunque bien podría ser. Por ahora Pelu no da explicaciones de qué está pasando. Prometo ponerlos al día en cuanto descubra algo.
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