Simplemente se asomó, como lo haría un lagarto, un prófugo o un pez
suicida. En una calle cualquiera, Caracas le devolvía la mirada intermitente de
ojos sin nombre. Una interminable procesión de jinetes mudos, bocinas y ronroneos
mecánicos desfilaba a centímetros de su cabeza.
Imaginó que aquel río motorizado era la vida. Desde su improvisado
sepulcro líquido, esta le pareció infinitamente rudimentaria, elemental.
No pensó en Marx, Hegel ni en ningún intelectual desquiciado. No le
interesó el fútbol, la muerte de Chávez, los avances del último celular ni el
pago del alquiler.
La vida es eso que pasa sobre mí, tan cerca y tan
lejos de mí, pensó, mientras sumergía
la cabeza en el lodo.
Foto: Rodrigo Abd/AP Photo
No hay comentarios:
Publicar un comentario