Retrato de Audrey Hepburn por Craig Alan |
Me pregunto cómo se verá la humanidad a la distancia. No me refiero a la
vista envasada y tan cotidiana de los satélites, sino a una visión ajena a los
pixeles y a los metros de altura. ¿Qué veríamos a través de los ojos de Dios? ¿Qué
imagen esbozaría el caótico discurrir de la humanidad?
Acaso la vida tomaría la forma de un rostro de mujer. Una mujer que
bien puede ser Audrey Hepburn, una estudiante en Venecia o la cajera de un supermercado en Seúl. O tal vez una de tus compañeras
de segundo grado. O tu hija. Un semblante surcado por olas
de vidas que van y vienen, de seres que trazan ambiguas líneas que, a la
distancia, son el rostro que contempla Dios.
Me pregunto qué imagen ve Él a la distancia.
Presiento que, durante breves y gloriosos momentos, los trazos de la
vida esbozan algo puro y hermoso. Imperfecto e inestable, pero hermoso. Un
rostro de mujer.
Pero entonces, demasiado a menudo, otra multitud entra en escena. Una
caterva de seres difusos lentamente entretejen otra figura, la de un hombre,
justo detrás de ella. Un hombre que se acerca sigilosamente a sus espaldas. Un
hombre con la mirada fija en Audrey Hepburn… en tu hija.
Ella no lo ve, no lo escucha. Simplemente mira a la distancia envuelta
en un frágil manto de silencio.
Él está muy cerca.
Demasiado cerca.
Entonces, en un instante feroz, la escena se tiñe de miedo. La mano
del hombre cubre la boca de ella; la otra envuelve su cintura y la oprime
contra su cuerpo. Ella se contorsiona, intenta liberarse desesperadamente.
Manotazos, gritos ahogados, golpes, empujones, sogas, vendas, llagas, lágrimas,
cadenas.
La imagen se oscurece infinitamente mientras él hace cosas que no tienen
—que no deberían— tener nombre, una y otra y otra y otra vez. Los seres de la imagen se cubren de un
insoportable tinte carmesí.
Tal vez solo Dios pueda soportar la visión de la humanidad desde la
distancia.
Estoy seguro que Él llora por ella. Por cada una de las vidas que son
ella.
. . . . .
El relato que acabás de leer no es una muestra gratuita de
violencia y maltrato. Tiene un propósito. Es una denuncia. Es la necesidad de
poner en torpes e insuficientes palabras algo que duele contar; algo que
realmente cuesta comprender.
En los dos minutos que te llevó leer el relato, en
alguna parte del mundo cuatro mujeres fueron secuestradas y vendidas como
esclavas sexuales. Se estima que hoy, en pleno siglo XXI, hay unos 27 millones
de esclavos que viven en las sombras, en su gran mayoría mujeres y niños.
Pero, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo se puede rescatar a 27 millones de
personas?
Una por una.
Realmente es triste y duro, pero como vos decís, podemos ayudar aunque sea un poco y centrarnos en una persona,en un rostro. Es lastimoso que estemos tan avanzados con tecnología y otras cosas, pero tan trazados como sociedad. Muchas gracias por compartirlo y ponerlo en vigencia en nuestras mentes. Ahora hagamos algo!
ResponderEliminarVa derecho a mi muro de Féisbuk.
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