Mauro se acercó al filo del acantilado dominado por una extraña
fascinación, como atraído por el canto de sirenas espectrales. Con cada paso
que daba hacia el precipicio, sentía que su cuerpo se hacía más liviano, se
afantasmaba, adoptaba la forma del aire. Lo inundaba la certeza de que se
encontraba en el límite mismo del mundo.
Finalmente llegó al borde. A centímetros de sus pies, la tierra se
desplomaba en una caída vertical y abrupta. Un espeso mar de nubes ondeaba
sobre el abismo. Hasta perderse en el horizonte, la niebla se contorsionaba
como una bestia etérea y desafiante. El sol se apagaba en silencio tras un lejano velo.
Mauro permaneció en el filo del precipicio. El corazón le aleteaba
como un cuervo herido a la fuga. Lo fascinaba y lo aturdía la idea de caer
eternamente, de desaparecer en la niebla infinita. Con los brazos extendidos, alejó
la vista del abismo en dirección al cielo.
Cerró los ojos.
El vapor que se adentraba por sus fosas nasales lo trasladó a una
tarde distante: la nieve, el frío, una mujer que había sido su madre
cubriéndole la diminuta boca con una bufanda.
Espérame, ya te alcanzo, pronunció mientras su cuerpo se balanceaba sobre el precipicio.
Lloró. Sonrió.
Dio un paso adelante.
En la caída no encontró monstruos ni criaturas imposibles.
Solo la niebla.
Solo la oscuridad.
Lo encontraron muerto unos minutos más tarde en la parte trasera de un
edificio de Chicago. El médico forense señaló que posiblemente había muerto de
sobredosis en la caída, antes de que su cuerpo se incrustara en el baúl de un
auto, nueve pisos más abajo del balcón de su apartamento.
Foto de Rhys Davies
Un Diez!!!
ResponderEliminar(...que bien podría ser Román, ahora que se calza los cortos nuevamente - son como cambios de frente precisos los giros que hace usted en la trama. Muy bueno loco- )
Saludos!
Excelente uso del lenguaje. Me encanta leer tus prosas.
ResponderEliminarBuenísimo...
ResponderEliminarCha' gracia a los tres. ¡Qué bueno tenerlos por acá!
ResponderEliminar