jueves, 16 de febrero de 2012

Mis palabras ya son viento


      La última bala destrozó una vasija a un palmo de su cabeza. Antes de que los trozos partidos de arcilla tocaran el suelo, Nahuel ya había brincado de su escondite y se desplazaba como un puma enfurecido hacia las filas del hombre blanco. Bajo la luz turbia del ocaso, los gritos de mi gente se apagaban en medio de estruendos malditos, como si un manto de fuego y pólvora los cubriera lentamente.     
      Nahuel apoyó la espalda contra el muro de piedra que lo ocultaba de los verdugos de la tribu. Permaneció inmóvil por un instante, escuchando su propia respiración, empuñando firmemente el cuchillo de su padre.
      Los cobardes fuegos del hombre blanco estallaban en el aire, tiñendo de sangre la tierra de nuestros ancestros. Al cabalgar el viento vi los cuerpos inertes de mis hermanos, y a Nahuel, aún junto a la muralla. Besó la roca y pronunció contra su áspera superficie una última plegaria. Entonces lo vi trepar y saltar el muro, correr entre el humo y el fuego… lo vi hundir el cuchillo en la carne de los verdugos.
      «Corre, Puma… mata», pronuncié al volar junto a su lado, mientras él adoptaba la postura de una fiera en el aire. Lo oí rugir entre los fogonazos y herir a su paso. Contemplé el resplandor carmesí de su cuchillo bajo la agónica luz del sol... lo vi caer con el cuchillo en alto. Antes de partir, llegué a divisar su cabello impregnado de lodo y sangre, su cuerpo destrozado a unos pasos del mío sobre la tierra de nuestros padres; pero ya el humo me alejaba de él y de mi propio cuerpo vacío mirando hacia el gran cielo… me alejaba de todo.  
       Soy Wirinmañke, poeta de los mapuches, hijo del cóndor, muerto en la batalla; mis palabras ya son viento y es hora de partir, de elevarme y partir…

1 comentario:

  1. esta muy bien escrito y me gusto verlo desde una perspectiva distinta.

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