sábado, 21 de enero de 2012

Vergüenza

     
      Las gotas de sangre ya no se notaban. Charli las había afantasmado con un quitamanchas que encontró entre los productos para lavar. Pero, ¿cómo lavo la vergüenza?, pensaba Charli con los ojos enrojecidos mientras fregaba la camiseta con un cepillo de dientes usado. Y meta fregar y fregar; meta rociar y fregar. Meta escupir sangre en el remolino que se fugaba por el desagüe. Nunca imaginó que la vergüenza podía doler más que unos puñetazos bien dados en la boca. ¿Por qué frente a todos los chicos, por qué frente a Luna?, se preguntaba el niño arrugando los labios. ¿Por qué siempre hay uno que lastima a los demás? ¿Por qué los más grandes se la agarran con los más chicos?...
     
Este recuerdo se perdió lentamente por uno de los requiebres invisibles del espejo mientras Charli enjuagaba, quince años más tarde, un lánguido hilo de sangre que le surcaba el cuello. Su mujer llegó a rozarlo con un tenedor antes de que él la dejara inconsciente. La
vergüenza ya no dolía.

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