Ya no doy más, me voy a soltar, voy a dejarme caer. Todo mi cuerpo
tiembla y no siento más fuerza en los brazos.
Entonces escucho que algo se quiebra, se rompe; un desgarro violento y
profundo que suena más bien al alarido de un animal salvaje y acorralado. Es la
voz alienígena de Pelu que da un último grito desaforado con el que —lo siento,
lo sé— se escapa el resto de sus fuerzas.
—¡Pará, loco, paráaaaaaaaaaaaaa!
Y luego el milagro: el camión desacelera, y en cuestión de segundos se
detiene en la banquina.
Me dejo caer sobre el suelo y siento un alivio indescriptible.
Enseguida vemos los pies del chofer que recorre el costado del camión.
—¡Te voy a matar, desgraciado! —gruñe Pelu mientras se arrastra por la
banquina para salir de abajo del camión. Yo lo sigo, pero tengo el cuerpo
entumecido; siento que me muevo en cámara lenta.
Cuando logro emerger de vuelta al mundo, alcanzo a ver el ataque
inútil de Pelu contra un chofer que no entiende nada, pero que no está
dispuesto a que un pibe cualquiera venga a pegarle. Pelu se abalanza sobre él
con la furia desesperada de los que no saben pelear. El tipo le acomoda un
manotazo que lo estampa contra el camión. No lo pienso dos veces: mientras el chofer
observa cómo Pelu se desvanece, me le voy al humo. Estoy totalmente agotado,
pero alcanzo a pegarle una trompada justo arriba de la oreja derecha. El tipo
gira y se lleva la mano a la cabeza. Ahora me doy cuenta de lo grandote que es.
Está enojado. Tiene un fierro en la mano.
Durante dos segundos fugaces nos miramos a los ojos. Chofer Enfurecido
levanta el fierro con cara de aprendiz de asesino. Yo me agacho, agarro un
puñado de tierra y ripio del suelo y se lo tiro violentamente en la cara. Me
lanzo sobre él e intento partirle la boca de una trompada. No lo logro. Chofer
Enfurecido esquiva el golpe, gira y me agarra con mano firme de la campera.
Levanta el fierro en alto, justo arriba de mi cabeza. Toma envión y arremete
con violencia.
El universo físico se detiene.
El pesado fierro amenaza con partirme el cráneo en dos, pero Chofer
Enfurecido está inmóvil, eternizando un gesto inconcluso. La baba que se escapa
de su boca está ahí, estática, flotando en el aire. La sombra de dos autos que
pasan por la ruta a mis espaldas se proyecta sobre un lado del camión. Deberían
moverse, pero están ahí, como amarradas a la lona verde que cuelga del
acoplado. Yo tengo las rodillas flexionadas y el torso hacia atrás; estoy
cayéndome sin caer, como suspendido en el aire, mientras la mano izquierda de
Chofer Enfurecido me agarra de la campera a la altura del pecho. Pienso morí entre las ruedas del camión y esto es
el infierno. Pienso el tiempo se
paralizó. Pienso estoy en un cuento
de Borges.
Observo fijamente el rostro de Chofer Enfurecido; el gesto gastado
—casi hastiado, diría— que atraviesa su cara mientras está a punto de
partirme el fierro en la cabeza. Miro con detenimiento sus ojos, el iris negro
que explota en una pupila parda, muy triste. Me pregunto si a partir de ahora la
vida será esto: un equilibrio precario e interminable a la espera del golpe de
gracia.
Entonces, en medio de la silenciosa inmovilidad que nos rodea, veo de
reojo que algo se mueve. Se acerca muy lentamente. Contemplo la sombra de una
persona que se dibuja en cámara lenta sobre la lona del acoplado del camión. Se
acerca de forma pausada y rabiosa; una figura melenuda que ya adivino a
espaldas de Chofer Enfurecido. Es Pelu. Ajeno al tiempo, rebelde a toda ley de
la lógica y la razón, aparece por detrás de mi atacante con cara de patriota heroico
y desquiciado. Su pelo flamea en el viento como él en el tiempo. Está cada vez más cerca. Aprieta
los dientes mientras alza una piedra grande en la mano. Se la parte en la nuca
a Chofer Enfurecido.
En ese preciso instante las sombras de los coches prosiguen su viaje.
Yo termino de caer. Chofer Enfurecido se desploma sobre mí. Los ciclos del tiempo siguen su curso.
Todo lo demás que pueda agregar no importa. ¿Qué importancia pueden tener
los pormenores de lo que hicimos con Chofer Enfurecido, de lo que hablamos o
callamos, de cómo volvimos a casa, de cosas tan abstractas como moverse, como
trasladarse en el tiempo y el espacio?
Muy bueno. Esos 3 segundos que parece que fueron 2 meses mono.
ResponderEliminarGracias, mono!
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