La tapa de un libro dice mucho. Por supuesto, lo más importante de un
texto es su contenido; de eso no hay duda. Pero hay tapas que tienen algo… un
magnetismo extraño que hace que uno se detenga en la vidriera de una
librería y pegue la nariz contra el vidrio con esa forma de mirar tan obsesiva
de los niños, los borrachos mal recuperados o ciertos mimos delirantes.
Existen cubiertas de libros que a simple vista no llaman la atención, que se pierden en
el montón. Hasta que uno las observa bien. Entonces comienzan a pasar cosas. Se
abren puertas invisibles.
Hay otras tapas que directamente no dicen nada, que empobrecen el
libro, que lo condenan antes de que uno llegue a abrirlo. Me dan pena esos
libros.
Me encantan las tapas que desafían al olvido. Son como rostros
que persisten tercamente en la niebla de la memoria, como estacas enterradas en
campos de imágenes y palabras.
Me gustaría compartir con vos, de vez en cuando, algunas de las
mejores tapas que cruzan mis ojos. Cubiertas que, independientemente del contenido
del libro, y en mi humilde opinión, se destacan. Tapas llenas de personalidad, de arte, de silencio, de preguntas, de vida.
De puertas.
Acá van las cinco que me agarraron el ojo esta semana. Miralas bien; no
corras; tomate un minuto. Observá.
Las puertas tal vez comiencen a abrirse.
Y cruzarlas es algo hermoso.
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