—¿Ves? Ese con el kayak rojo, acá abajo, entre estos dos amarillos,
ese soy yo —señaló Alberto con un orgullo un tanto desmedido.
—¿Cuál, tío? Es que hay varios rojos, todos juntos —respondió Pancho,
perdiendo su lúcida mirada de niño en una maraña de colores, de cosas que
parecían personas o personas que parecían cosas y que le recordaba tanto a esos turbios rompecabezas de 5.000 piezas.
—Este de acá.
—…
— No, pará… este. Sí, este pegado al kayak gris. No… a ver…
—…
—Bueno, uno de estos dos soy yo. Creo que este.
—Ah…
—No te imaginás lo que fue ser parte de este récord Guinness. Fue el
punto más alto de mi carrera de canotaje. Fue… fue uno de los días más
importantes de mi vida, Panchito. No sé cómo explicártelo… fue como hacer un
gol de mitad de cancha en la final del mundial; como engancharte a la chica más
linda del colegio. Me sentía parte de algo único y glorioso, no sé, como
flotando en un infinito mar comunista, en donde no existen las diferenticas, en
donde todos somos iguales, pero aún así me sentía el mejor…
—Tío.
—...el más grande, el…
—Tío.
—Sí, Panchito.
—Mamá tiene razón: sos un tarado —pronunció antes de levantarse de la
mesa para ir a jugar con las figuritas.
Foto: One Square Mile of Hope por Nancie Battaglia
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