Me despertó una especie de aleteo dorado que me cruzó los párpados. Me
levanté sobresaltado, perdido. En la oscuridad de la madrugada, mientras
trataba de orientarme, lo vi a Pelu. Estaba sentado en el suelo en la misma
posición en que se encontraba la última vez que lo había visto. Me pareció ver
una especie de estela dorada en el aire, algo raro, aunque seguro era un efecto
visual causado por mirar de golpe la oscuridad; no sé, uno de los engaños que
nos juega la vista en la penumbra.
Todavía un poco dormido me acerqué a Pelu. El infeliz seguía ahí, como
incubando un huevo. Le estaba por hablar, pero el instinto se me adelantó. Fue un reflejo, creo.
Le zampé el más glorioso y traicionero de los coscachos.
No es para mandarme la parte, pero fue simplemente perfecto: el más
hermoso de los coscachos que di en mi vida; que nadie, jamás, haya dado en su
vida. Un violento guadañazo en la oscuridad que despertó a Pelu de su estupidez
meditativa, quizá hasta le acomodó un poco las ideas y lo dejó tirado boca
abajo en el suelo.
—¡Pero la… ¿quién…?! —masculló Pelu mientras se incorporaba, más
perdido que turco en la neblina.
—¿Dónde miércoles estabas, Pelu?
—¿Pero qué hacés, infeliz? ¿Por qué la violencia?
—No sé… me salió —dije justificándome—. Fue un reflejo…
—Sí, seguro… Me parece que a mí también se me va a escapar un reflejo.
—Te estoy preguntando que dónde estabas —pronuncié mientras prendía
una lámpara que, más que iluminar, ensució la oscuridad con un turbio
resplandor.
—¿Qué se yo? Por ahí…
—Por ahí… ¿Y dónde es por ahí?
—Difícil de saber, a veces… Además, te metés a mi cuarto, me propinás
terrible golpe ¿y encima me hacés un interrogatorio?
—¡Es que Pelu… me tenés de los pelos, viejo! Primero meta desaparecer
todo (todavía no encuentro el CD de Los Piojos ni el calzoncillo azul, que es
el único que no está todo agujereado) y después te desaparecés a cada rato como
un Gasparín cualquiera.
—Loco, pero yo no molesto a na…
—Y encontré el librito ese para desaparecer y qué se yo qué otra
gansada.
—¿Qué libro? —largó Pelu con voz de ganso castrado.
—El libro para trastornados que tenés abajo de la cama, no te hagas.
—Igual, ese libro es puro verso. No funciona, loco. No se puede
desaparecer totalmente.
—Ah, ¿no? —dije tomándole el pelo—. Ta’ bien. Entonces, se puede
desaparecer, pero no totalmente.
—Claro.
—¿Y cómo es eso, Pelu, a ver? —pregunté solo para ver hasta dónde me
llevaba la conversación.
Lo que siguió fue muy raro. Demasiado raro. Pelu respiró hondo y comenzó
a contarme, con detalles inútiles, algunas de sus supuestas desapariciones. No
sé si por cansancio, por simple curiosidad o porque sencillamente no me entraba
en la cabeza lo que decía, no lo interrumpí; dejé que largara el rollo, que me
contaminara la mente con su delirio mientras lo escuchaba con la boca y los
ojos más abiertos de lo normal.
—Te digo: no se puede desaparecer por completo —repetía a cada rato,
con un aire de frustración—. Siempre estamos en algún lado.
—Umn… Y… ¿qué se siente desaparecer?
—Desaparecer es… es algo entre quedarte dormido y desmayarte —explicó
sentado en el suelo como un buda melenudo e irreverente—. Es un desmayo de
cuerpo y alma. Es como sumergirte en el medio del océano y quedarte dormido, y
sentir que un remolino infinito te traga.
—Ah… clarito. Un remolino infinito…
—Sí, algo así. No es fácil de explicar.
—No, sí. Me imagino…
—Desaparecer —dijo entonces con cierto desencanto— es simplemente irse
a otro lado.
Entonces comenzó a relatar qué era ese “otro lado”. La lista de “sublugares”
—palabra que repitió varias veces y que enseguida recordé que había leído en el
libro— era inacabable, tanto en extensión como en su grado de paranoia. Según
Pelu, las desapariciones lo llevaron al azar al más impensado de los sublugares,
muchísimos de los cuales ahora me cuesta recordar. Dijo que la primera vez
apareció adentro del carozo de un durazno, en donde había dos “señoras raras”
vestidas de negro que jugaban a las cartas o al ajedrez. Otra vuelta apareció
en un desierto de nieve en el que estuvo perdido un tiempo, para luego
descubrir que el desierto era en realidad la cana de una anciana que vivía en
un mundo paralelo al nuestro —un espejo de nuestro mundo— en algún punto del
espacio, junto a un cartel luminoso que decía “Hasta acá llega el universo, a
partir de aquí todo está privatizado”. Comentó que viajó hasta los sueños de un
gorila de la selva amazónica y hasta un lugar muy azul —“más azul que el color
azul”, en las palabras de Pelu— en el que dos milenarios viejitos orientales jugaban
a las bochas con planetas.
—Ojo —aclaró Pelu con toda seriedad—, no eran bochas que parecían
planetas; eran mundos de en serio, como si dos tipos de repente agarraran y se
pusieran a jugar a las bochas con Venus y Saturno. ¡No te imaginás el despelote
que era eso!
—No, Pelu. La verdad que no me imagino.
—Me di cuenta —siguió repitiendo hasta el cansancio— de que no se
puede desaparecer totalmente. Uno siempre está en algún lugar. O en algún
sublugar.
—…
—Lo que pasa es que todo es materia, por eso no se puede desaparecer
totalmente. Hasta el tiempo es materia, viejo. En uno de los sublugares que
visité, en una caverna o gruta, me pareció que toqué el tiempo. Era una cosa
que estaba ahí, que me rozaba y se confundía conmigo, como si estuviéramos
hechos de la misma materia. No sé cómo explicártelo.
—No, no. Te entiendo clarito —aclaré ya bastante asqueado de tanta
degradación mental—. Es como si hubieras tocado, suponete, un sorete de perro…
y después te das cuenta de que eso y tu cerebro tienen la misma materia,
exactamente igual que el porro que te habrás fumado…
—Te estoy hablando en serio, che. ¿Ves que no te puedo contar nada?
—¿Pero qué querés que te diga, Pelu? Me venís con cada cosa, hermano.
¿Qué te fumaste?
—Nada. ¿Qué voy a fumar? Te estoy hablando en serio.
—Pero me estás cargando, Pelu. Ya estamos grandes, che. Aparte, ¿no te
podrías haber aparecido en la torre Eiffel, las pirámides de Egipto o en un
partido del Barça, qué sé yo, algún lugar un poco más normal? No, tenías que
aparecerte en un durazno o en la caspa de un gorila… Dejame de hinchar…
—En el sueño de un gorila.
—Da igual, Pelu. En el sueño de un gorila. ¡En el sueño de un gorila!
—Hay cosas más raras…
—…
—No te imaginás lo raro que es estar en un libro de Borges —dijo
batiendo la mano derecha—. Hay demasiados laberintos, loco. Estuve como tres
días para salir de ahí. Y siempre con el peso insoportable de tener en la nuca
la mirada de un ciego. Nadie mira con más intensidad que un ciego, te lo digo…
—…
—Pero lo más extraño fue estar entre las palabras de un tipo… un
escritor… bueno, no sé si es escritor, pero escribe… un tipo raro con nombre
raro. Pero la palabra entre no es la
correcta. Sentí que yo era las
palabras, que las palabras me daban forma, ¿entendés? Como si yo estuviera
hecho de tinta, de pixeles, de electrones, de ese espacio blanco atravesado por
líneas negras que forman y deforman la realidad. Vos también estabas ahí, y
mamá, pero no se daban cuenta. Y el tipo ese nos hacía y deshacía como quería y
ponía palabras en mi boca hecha de palabras. Fue muy raro, loco, muy raro…
—Pelu, con vos TODO es raro. No hay una sola co…
—¿Y si realmente es así? —me interrumpió Pelu ensimismado en sus
pensamientos—. ¿Y si nomás somos palabras en una página o en una pantalla? ¿Y
si somos monigotes en la mente de algún escritor o, peor, algún bloguero de
esos que vos seguís? Y si el tipo se cansa de escribir, si se aburre ¿qué va a
pasar con nosotros? Decime. ¿Se acaba todo?
—Y bueno, ahí desaparecés totalmente, que al final es lo que tanto
querías, ¿no?
—No, te digo que nunca desaparecés totalmente. Eso no existe. Pero lo
que me preocupa realmente es que el tipo ese se canse de escribir y nuestra
vida quede colgada, en espera, en ninguna parte.
—¿Qué tipo, el bloguero? —dije con total escepticismo—. Mirá, Pelu,
nadie está controlándote a vos ni a mí; no somos marionetas.
—No sé, loco, no sé…
—Escuchame: A vos puede ser que alguien te esté controlando, porque no
se pueden decir tantas pavadas por voluntad propia, pero yo no soy títere de
nadie; yo hago lo que se me pega mi regalada gana.
—¿A ver? Demostralo. ¿Por qué no hacés algo que el tipo ese nunca se
imaginaría?… algo que lo descoloque…
—¿Descolocar a quién?
—Al tipo que nos escribe. Ya sé —prosiguió Pelu con un brillo fugaz en
los ojos—, salí a la calle, tocá la puerta del vecino, ahora mismo, la puerta
de don Octavio, y cuando salga enchufale un beso en la boca.
—¿Estás loco?
—No, te hablo en serio. No tiene sentido, y por eso mismo lo tenés que
hacer. Tenés que agarrarlo por sorpresa, revelarte. Si no querés dárselo a don
Octavio, dáselo a su nieta, no importa.
—¡Pero estás de la cabeza, Pelu! No voy a ir en plena madrugada a
darle un beso ni a don Octavio, ni a su nieta, ni a nadie. ¿Pero qué tenés en
el marote, hermano?
—¿Ves? El tipo ese te tiene controlado… te tiene agarradito de las
polainas.
—Mirá: con vos no se puede hablar —dije más resignado que fastidiado—.
Mirá que intenté. Pero ya está bien por hoy, loco. Ya estuvo. Me voy a dormir.
—Andá nomás. Andá a tu camita, que es exactamente lo que debe estar
escribiendo el tipo ese…
—Sí, sí… y vos andá a meditar, gil.
Ya no me importaba nada. Pelu podía desaparecer, viajar por el
universo y cada uno de los sublugares del inframundo o aparecerse en la casa de
la tía Polola, me daba igual. Solo quería dormir; nada más. Dormir en santa paz
y, sobre todo, dejar de escuchar a Pelu, que ya me estaba reventando la cabeza
e inflando la paciencia. Me fui de su cuarto y entré al mío, con la voz
insoportable de Pelu todavía desafiándome a revelarme contra nuestro supuesto
controlador. Cerré la puerta, me saqué los pantalones y me metí en la cama. Podía
caerse el mundo a pedazos; lo único que a mí me importaba era disfrutar ese
placer horizontal, esa necesidad tan básica de desplomar el cuerpo y poner la
mente en standby. Me acomodé entre
las sábanas hasta que encontré la posición perfecta y por un instante sentí
algo que tenía gusto a felicidad. Tengo
ganas de dormir y me acuesto a dormir y a la lona, viejo, sin que nadie me esté
mandando, me dije a mí mismo mientras comenzaba a entrar a ese limbo mental
que precede el sueño. Me preguntaba qué sueñan los gorilas. Me preguntaba si es
posible que exista un mundo paralelo al nuestro. Me preguntaba qué habría pasado si hubiera ido a tocarle la puerta al vecino y por qué nunca haría algo
así. De repente ya no estaba tan cómodo. Quería dormir y no podía. Como si una
fuerza sobrenatural hubiera decretado que no, que esa noche no iba a dormir.
muy bueno Tago me gusto mucho, dejalo dormir al pobre hermano de Pelu, muy ingenioso. Estamos esperando mas historias de Pelu. gracias!!
ResponderEliminarGracias, Giovanna, por darte una vuelta y estar dispuesta a contaminarte un poco con la lúcida locura de Pelu.
EliminarGran homenaje al cazote.
ResponderEliminarPor otro lado, le dejo un enlace que le concierne:
http://thevillacresporker.blogspot.com.ar/2013/10/liebster-award.html#more
Espero sus respuestas.
Saludos!
Me ha gustado, voy a hurgar más por aquí.
ResponderEliminarJordim, es un placer tenerte por acá. También me gustó tu blog. Voy a estar volviendo.
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