miércoles, 5 de octubre de 2011

Ventana abierta



     Don Gaitán se llamaba. Si es que me acuerdo bien, así se llamaba: don Ernestino Gaitán. Un tipo duro, seco como tierra sedienta. El recuerdo de él me viene como un fantasma fuera de foco, distorsionado como en esas películas de antes. Sí, su recuerdo es como esos fantasmas de las películas antiguas, ficticios en su momento, pero reales con el paso del tiempo, cuando la muerte irrefutable termina por llevárselos a todos y lo que vemos turbiamente en la pantalla es un verdadero fantasma: la aparición ficticia de un espectro real, de una persona que de verdad nos mira desde el mundo de los muertos. Y ahí está, frente a nuestros ojos; la vemos moverse y hablar incansablemente en la pantalla, como atrapada en un mundo de tubos fluorescentes.
     Pero ya no sé ni de qué hablaba. Ah, sí... don Ernestino Gaitán. Sí, definitivamente ése era su nombre.
     Lo recuerdo en la cocina de su casa, envuelto en un olor a uvas rancias, a zapatos viejos, a tiempo estancado, a cenizas. Recuerdo una sonrisa con mucho de mueca en aquel rostro impreciso. Percibo ahora sus ojos gastados, lavados por el tiempo. Lo imagino ahí en la cocina, sentadito como una estatua egipcia, con las manos sobre las rodillas y la mirada atrapada en alguna parte de ningún lado. Y junto con su espectro también me llega el recuerdo de una ventana abierta, justo sobre su cabeza. Una ventana que cada tanto regresa para embrujarme, para invitarme a mirar lo que aquel día contemplé al acercarme. Por esa pequeña abertura en la pared de adobe vi cosas que no puedo escribir, cosas que no debo pronunciar; cosas que nadie, jamás, debe mencionar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario