Lo primero que le vino a la mente fue una imagen fuera de foco: una
carretera que se perdía a la distancia en la oscuridad, en una niebla que tenía
la textura del silencio, de una sombra, de una puerta oculta bajo un pesado
velo.
Ximena escribió la frase sin un destino fijo en mente, simplemente
para ver hasta dónde la llevaban las palabras, adónde conducía esa carretera.
Al costado del camino, un auto inmóvil profundizaba la soledad. El
silencio era casi perfecto; lo opacaba apenas el vaivén furtivo del viento y el
vacío que antecede a la tempestad. La palabra forever se desprendía de la voz de ventosos fantasmas y estaba ahí,
en medio de todo, gravitando en el aire.
En un cuarto detenido en el tiempo, el tenue golpeteo de los dedos de
Ximena en el teclado rompía el silencio con la monotonía orgánica de las cosas
mientras están siendo creadas. Afuera moría el día con más lentitud de lo
habitual, como si el tiempo contuviera por un instante la respiración. Ximena
escribía y lloraba.
De repente, a la distancia, un relámpago rasgó la oscuridad. El trueno
llegó enseguida; ella sintió la vibración en los pies y en las manos que aún se
aferraban al volante del auto. Sus ojos estaban perdidos en la masa oscura que se
acercaba lentamente por el aire.
En un momento, todo quedó envuelto por la lluvia.
Las cortinas adoptaron la forma del viento mientras la tormenta
amenazaba entrar en el cuarto, pero Ximena no se paró a cerrar la ventana; con
la mirada perdida en las palabras que hacía y deshacía en la pantalla, perpetuaba
un tecleo acelerado. Para ella ahora sólo existía aquella carretera que se
perdía en la oscuridad, aquella soledad, el repiqueteo del aguacero sobre el
cuerpo metálico de aquel auto que era un bote a la deriva, los restos de una
naufragio en medio del diluvio.
Ella sabía que nadie vendría a buscarla, que no podía quedarse ahí,
que debía seguir adelante. Abrió la puerta y puso los pies sobre el asfalto
mojado; comenzó a caminar envuelta en la tormenta. Empapada, temblando, llegó
al lugar en que la carretera comenzaba a desvanecerse en la niebla. Miró atrás
por última vez antes de adentrarse en la oscuridad, en un camino que, lo
intuía, recorrería para siempre.
Inspirado por una fantasmagórica canción de Scott Zuniga, un viejo amigo. Te invito a escucharla acá.