jueves, 25 de febrero de 2021

Mi cuerpo se hizo palabra


 


     En lo alto de la oscura colina divisamos formas extrañas. Era la primera vez que nos adentrábamos en territorio de gigantes. Habíamos escuchado incontables historias de esos seres capaces de todo: de crear artefactos indescriptibles y de la más pura y avanzada sutileza, pero asimismo de matar sin razón a los de nuestra especie con una violencia cruda y desmedida.

     Sabíamos que nuestro viaje no era prudente, pero teníamos que verlo por nosotros mismos. Teníamos que ver...

     Sumidos en la profundidad de la noche, nos acercamos a la cima del monte. El terreno era frío y estéril, negro como un abismo. Sin embargo, mi compañera y yo seguimos adelante, embrujados por los peculiares sonidos y luces que nos habían guiado hasta allí.

     Al asomarme a la cumbre mis ojos no entendieron lo que vieron. Nos desplazamos entre formas desconocidas y nuestra mirada se detuvo en un objeto de unos diez cuerpos de largo por cuatro de alto. Sus extremos estaban coronados por un tejido muy peculiar, similar al de una finísima telaraña, desde el que emanaban ritmos desconocidos: sonidos estridentes que nos atravesaban con vibraciones constantes. Imaginé criaturas anómalas que desde su interior creaban una danza hipnotizadora. En el frente del artefacto titilaban luces del color del fuego y se erguía un círculo atravesado por marcas y líneas.  

     Avanzamos en silencio, presas de una rara fascinación. A poca distancia descubrimos la cosa más asombrosa que he visto en todos mis días. Se trataba de un objeto rectangular, apenas más grande que una hoja de avellano. La simetría y la confección de aquel artificio rozaban la perfección. Su superficie plana se elevaba levemente sobre el terreno y emitía una luminosidad blanquísima, como el reflejo del sol en el hielo. Sin esfuerzo alguno subí al aparato y me acerqué al fascinante destello que despedía. Vi que ese espectral rectángulo de luz estaba surcado por innumerables símbolos que trazaban un laberíntico esquema: líneas y líneas de figuras negras y delgadas que parecían seguir algún orden incomprensible. Imaginé que se trataba de la escritura de los gigantes. 

     Al surcar aquel peculiar dédalo me pregunté qué enigmas contendrían aquellos signos del color de mi cuerpo; qué historias, qué secretos revelarían. Al encontrarme en el centro del resplandor, me detuve; permanecí inmóvil entre los símbolos. Por un instante, mi cuerpo se hizo palabra. Sentí que mi ser formaba parte de esa extraña escritura. Intuí que algunos de esos signos abarcaban este preciso momento y mi instinto acaso vislumbró un destino sombrío. Sin embargo, continué la marcha hasta sentir nuevamente en mis extremidades la gélida dureza del monte.

     Entonces me pareció sentir un leve temblor; un oscuro crujido a mis espaldas. Miré hacia atrás y vi a mi compañera sobre el artefacto, aun hechizada por el pálido fulgor que se elevaba hasta perderse en la penumbra. 

     Sobre aquella luz fantasmal vi por última vez su hermosa figura azabache.     

     No lo vimos llegar. Se desprendió de las sombras como un espectro. Una criatura omnipotente, infinitamente más grande de lo que mi limitada mente había imaginado, apareció ante nosotros y alcanzó a mi compañera con un violento zarpazo. 

     Cuando la vi caer al vacío algo en mi interior se desplomó junto con ella. Un vértigo insoportable se apoderó de mí mientras su cuerpo inerte salía disparado desde el acantilado, se perdía de vista, desaparecía para siempre. Permanecí inmóvil, envuelto en las sombras, y por un momento interminable creí que el gigante que acababa de deshacerse de mi acompañante con tanta facilidad había notado mi presencia. Pero enseguida se marchó, haciendo crujir pesadamente el suelo bajo sus pies.

     Esperé. Lloré en silencio. Descendí desesperadamente la colina en busca de mi compañera, alejándome para siempre de aquel cerro maldito, aferrándome a la pronunciada pendiente con mis seis temblorosas patas.

 


 

Este relato breve fue publicado en la revista literaria Nomenclatura 2014.

jueves, 8 de octubre de 2020

A la distancia

 



Cuando leas estas tenues palabras, 
el agua bajo mis pies será vapor.  
Será el llanto que inunda el aire, 
la lluvia lejana que apaga el ardor. 
Solo, a la distancia, 
acaso sentiré que soy real, 
que detrás de las máscaras 
nuestra mirada fue más que un naufragio 
en un océano de sal. 

Cuando leas estas tenues palabras, 
el tiempo se habrá llevado mis rasgos 
como hojas secas en la corriente. 
No seré más que niebla. 
Una sombra blanca y borrosa 
que se aferra a tu mente, 
que languidece, que tiembla. 

 


 

 Foto: Left behind por Kristina Alexanderson

jueves, 9 de abril de 2020

Nunca dejar de caer




   Con los pies en el aire, con la visión centrífuga que produce el giro constante, la realidad se parece mucho a un sueño distorsionado del fin del mundo. Así lo piensa Ahmad mientras vuelve a contorsionarse entre el humo y el silencio, como un acróbata sin red, sin suelo, sin mundo donde caer. Podría girar hasta el cansancio, pero el fuego, el odio y el hambre estarán esperándolo ahí abajo, agazapados entre los escombros, asfixiando a lo que queda de su familia, desfigurando a su pueblo. Por eso vuelve a treparse a los vestigios de su mundo. Toma carrera. Respira hondo. Corre sin pensar en el zumbido de los aviones a la distancia. 
   Y salta.  
   Salta al vacío. 
   Salta sin miedo a nunca dejar de caer.



Fotografía de Mohammed Salem/Reuters

martes, 31 de marzo de 2020

Final del viaje



Cuando mires atrás,
sabrás que el tiempo siempre estuvo allí,
inmóvil,
sereno,
como una puesta de sol eternizada en el horizonte;
como rieles mudos sobre el abismo,
como el viento en su seno.
Sabrás que el viaje fue otro,
siempre fue otro.
Llegarás a vislumbrar, quizá,
el silencio que atraviesa las cosas,
las sombras que nacen bajo el resplandor,
las nubes que se pierden en la memoria.
Comprenderás, acaso,
que tú fuiste el viaje;
tú fuiste el tiempo
que poco a poco, lentamente,
se habrá ido,
hasta convertirse en sombras,
hasta volverse olvido.



sábado, 6 de enero de 2018

Todas las luces



Por un instante, la eternidad
fue precisamente eso: un instante.
El universo, algo pequeño e íntimo;
algo que, con extraña fragilidad,
se alejaba de la palabra infinito.
Un cielo improvisado,
surcado por estrellas artificiales;
faroles galácticos,
barcas flotando en el abismo,
luces salpicando la oscuridad, desnudándola.

Intuí que estabas allí,
gravitando en la noche,
entre los destellos,
en el ambarino fulgor de las lámparas.
Supuse que Borges aventuraría que ese instante
era cada uno de los instantes,
que cada luz era todas las luces.
Comprendí que yo sabía menos
de los vericuetos del tiempo
que de los lejanos rasgos de tu faz
o los recónditos mecanismos de la memoria.

Por un instante, olvidé
la forma de mi propio rostro.
Por un momento, apenas,
creí recordar el tiempo exacto
de mi creación:
el preciso instante en el que
mi honda oscuridad
se tornó luz:
un fulgor ínfimo,
casi imperceptible,
que rasgó para siempre
el etéreo velo de la noche.

Ahora sé que Tú eres el origen vivo
del resplandor.
Yo, aún, un débil centelleo
que no acaba de nacer.





Foto: Alex Wong; Brendan Smialowski / Getty